27.10.16

Dibuja, pinta y colorea.

Una amiga se dejó un día la chaqueta en mi casa. No fue un día especialmente frío, pero vamos, que la tendría que echar de menos aunque yo no la avisara en su momento del hallazgo. Dijo que ya se la daría cuando nos viéramos, pero yo cada día le mandaba una foto de la chaqueta con cara triste y una frase a modo de bocadillo en la que le decía que la echaba de menos y que volviera, o una foto de la chaqueta con una cara con barba de varios días y un folio con dibujo de un muro como que apuntaba los días que pasaban sin que la recogiera. Una de las fotos, la que más me gustó, fue la de la chaqueta con unas gafas de sol y una gran sonrisa, y un dibujo atrás en el que se veía unas palmeras, una playa paradisíaca y chicas en bikini. Entre que yo estaba con una temporada mala y tonta en la que me dio por el humor absurdo (como siempre me ocurre en esas épocas) y que la creatividad se me disparó, mi amiga cuenta que se lo pasó bomba con las fotos.

Otro día, el hijo de un amigo se dejó su peluche en mi casa. Era un peluchito de esos pequeños. Bueno, pues allá fui yo con las fotos en donde con papel y colores convertí al osito en un pirata con parche y gorro. Y otro día era una sirenita, y otro día era un jugador del Valencia. El niño se olvidó del peluche, pero el padre anda que no se divirtió con las fotos también.

Y entonces llega mi sobrino con un compañero del cole y me pide que le ayude con trabajos en donde su maestro, que es un poquito especialito, no sólo les pide trabajos, sino quiere que sean lo más originales posibles. Y a mí, que se me da todo eso de maravilla y yo fui leyenda en el colegio por estas gilipolleces que no sirven de nada pero que gustan un montón, me puse manos a la obra a mirar en qué podíamos inspirarnos en hacer el trabajo sobre la prehistoria en cartulina. Porque como la cartulina tiene dos caras, quedamos en que en una iría el trabajo con cuatro imágenes tontas y en la otra iría una escena rupestre, como para ilustrar el trabajo. Los niños fueron los que hicieron lo que yo les dije, yo no hice nada más que dirigirlos. Nota máxima, claro.

Otro trabajo iba de la Comunidad Valenciana, en donde acabé diciéndoles que dibujaran en grande la efigie de un rey Jaime I con su casco. Otra nota máxima, por supuesto.

El amigo de mi sobrino le dice aún: "Cómo mola tu tía".

Pues claro que molo. Y por esas cosas tan simples haces que la gente se acuerde de ti pase el tiempo que pase. Pero es tan entretenido que creo que me divierte más el pensar en el resultado que en el efecto que causa al contemplar la obra... :D

25.10.16

Gente que vive al límite.

Todos conocemos a esta clase de gente que jamás tiene tiempo para quedar, salir, ir al cine, de cena o cualquier otro evento que no sea suyo, porque siempre tiene miles de cosas qué hacer o millones de personas quieren quedar con ellos al mismo tiempo que tú. Y casualmente jamás eres tú el elegido.

Luego te cuenta la de millones de cosas que hace, o que podría haber hecho, aunque luego acabe soltando un al final no salí porque estaba cansado. Cansado de esa frenética vida que no les deja tiempo ni para descansar, por lo visto. Y tan cansados están, que es una de las excusas que te ponen también para no salir. 

Da igual que te acuerdes de ellos para una comida, para una cena, para cualquier cosa que pudiera interesarle, porque hace tiempo que no los ves... Da igual. Siempre tienen algo más importante que hacer, y tú no eres ese algo. Además, te dicen un si cambian los planes, te aviso y quedamos, como si estuvieras deseando ser el segundo plato y te quedara la esperanza de que pierda unos instantes de su interesantísima vida en estar contigo. Quita, quita, no hace falta, ya nos veremos.

Pues pasa lo que siempre pasa, que dejas de avisarles porque total, si nunca va, si nunca viene, siempre tiene algo mejor qué hacer y jamás se apunta... Y sigues tu vida ya sin estar pendients de si les avisas o no, porque ya sabes la respuesta, que es la misma desde hace meses, de dos letras, y empieza por N y termina por O.

Entonces un día surge una cenita entre viejos amigos de la que te avisan de un día para otro y te apuntas enseguida porque será divertida. Y hacen un grupo de whatsapp en donde comentan a quién avisan y a quién no, y todos tenemos claro a quién no avisar, porque sabemos la respuesta. Y llega la cena, nos lo pasamos teta y en fb cuelgan fotos en las que salimos divertidos y relajados.

Adivinad, en este caso, quién resulta que sí que tenía un hueco libre en esa vida tan plena, en ese preciso día a esa hora exacta para haber venido y se ha enfadado por no haber sido avisado.

Si es que no tenemos vergüenza. Cómo se nos ha ocurrido...

23.10.16

Una mala persona.

Dicen que no hay muerto malo, pero hay muertos malos que en vida fueron malas personas. Malas personas, malos compañeros, malos jefes y malos amigos. Gente que no hizo ni un simple gesto para caer bien ni que le cogieran aprecio. Gente que prefirió tener gente atemorizada a su cargo que tener compañeros. Hay gente que no quiere, ni quiso, ni querrá, que la gente tenga un buen recuerdo de ella, y así se preocupan en demostrarlo cada día, con cada persona, salvo con la gente que ostente un cargo superior y que pueda causarle represalias y consecuencias.

Hay gente que no deja un buen recuerdo cuando coincides con ella, ni como persona, ni como compañero, ni como jefe, ni como superior, ni como hombre ni como mujer. Es gente que con cada frase intenta demostrar que eres un vulgar ser ignorante a su servicio, que todo cuando digas es porque no eres digno ni de seguir viviendo, y que cuanto hagas o digas será siempre reprochado y menospreciado por tal persona.

A medida que conoces a otra gente en común, ves que esta persona es así con todo el mundo. Humilla, desprecia, menosprecia y desprestigia a todo cuanto pase por su lado mientras ostenta un cargo o puesto que poca gente pueda plantarle cara, salvo los semejantes, sin miedo a represalias, por lo que se rodea de gente a la que humillar, despreciar, menospreciar y desprestigiar para sentirse mejor porque los iguales ni aguantan a tal persona ni toleran sus comportamientos despóticos, totalitarios y malvados.

Pero esta clase de gente se olvida de que también son simples mortales como los demás, que sangran si se cortan y enferman igual que la chusma que le rodea. Y como son de esta manera, se han ganado tanto desprecio, tanta adversión y tanto odio, que cuando les pasa algo realmente malo hay muy poca gente que se apiade de ellas, aunque las malas personas son las que se alegran de ello. Que ellos se olvidan que también son humanos, y que como humanos, puedan pasarles cosas malas y pasarlo mal. Pero una mala persona, por muy mal que lo pase, no deja de ser mala persona. Sólo pasa a ser una mala persona que lo está pasando mal.

Y cuando mueren te das cuenta que sí hay muerto malo, que suele ser gente que ha sido mala en la vida y que hay muy poca gente que se apiade de tan temprano final. Que es muy triste y patético que cuelguen una especie de panegírico cutre en la que se trate de alabar y justificar a tal persona, sus actos y sus maneras. En donde se intenta amortiguar sus frases hirientes, sus menosprecios y sus ninguneos a sus semejantes.

Porque tiene que ser muy triste que te mueras y que no haya apenas nadie que se entristezca por ti, y que alguien, en un intento desesperado de peloteo tardío o para quedar bien ante a saber quién, acabe escribiendo un artículo en el que intente justificar su carácter cuando nadie -repito, nadie que yo conozca- sienta la más mínima compasión por su muerte.

Lo siento por su hijo, sólo por él. Pero tiene que ser muy triste que, con toda la gente con la que se ha rodeado y con la que ha  trabajado, sólo su hijo le eche realmente de menos.

19.10.16

Paquito

Paquito era amigo de sus amigos, amigo de sus amigas, el centro de la fiesta, alegre, simpático... Paquito pesaba como cien kilos con diecisiete años, pero qué más daba, porque Paco era diversión, risas, bromas... Era todo un figura, se quedaba con la gente por donde iba, hacía amigos por donde aparecía, y nadie, nadie, le podía hacer sombra.

Creo que pocas veces he conocido a alguien tan divertido como él.

Pues pasó lo que a veces pasa: que la gente da el estirón y adelgaza. Y Paquito casi se quedó sólo en la P de su nombre porque adelgazó tanto que se quedó hecho un figurín. Y no es que fuera especialmente guapo, pero desde luego su físico mejoró considerablemente, y entonces ocurrió lo que a veces también pasa cuando alguien adelgaza mucho: que se lo creyó. Y mucho.  No estaba mal, repito, pero es que él estaba seguro de que era una estrella del cine, el hombre de moda, por lo que dejó de ser ese amigo risueño y alegre para creerse caminar cada día sobre una pasarela, y pensar que todas y cada una de las féminas que pisaban la tierra suspiraban por sus huesitos. A mí ya me daba palo hasta saludarle porque alguna vez me hacía algún gesto muy americano y peliculero para saludar que me daba entre grima y sarpullido.

Y como le pasa a la gente que no pilla cacho, cuando lo pillan se creen el centro del universo, dejando de lado amigos, ambientes y círculos, porque también creyó que... bueno, realmente no sé que creyó, pero sí que sé que se lo creyó tanto que dejó de hablarse con todo el mundo y se fue con sus nuevos amigos y amigas, más dignos de su nuevo físico. Ya no era Paquito, ni Paco, ahora era Francesc, mucho más apropiado para su entorno, su imagen y su nueva personalidad.

Pasó el tiempo y cuando nos hemos vuelto a cruzar había absoluta indiferencia por mi parte, sólo con la duda de qué le lleva a la gente ese cambio de comportamiento. Bueno, realmente sé la respuesta: que realmente no era una verdadera amistad.  Él, por supuesto, no me decía nada. Yo dejé de ser digna para él hacía años. Po fale. Creo que en estos años he demostrado que he podido superar tal trauma.

Y resulta que el tiempo sigue pasando y he vuelto a coincidir con él. Fue hace poco en un bar. Oigo que me llaman por mi nombre y me giro para ver a un Paquito de doscientos kilos que me decía casi sin respirar lo estupendísima que me veía, que no había pasado el tiempo por mí y que a ver si nos tomábamos algo. Era todo sonrisa y amabilidad. Pero yo ya no lo reconocía, estaba ante un absoluto extraño con el que no tienes ni por qué hablar. Sólo acerté a decir que estaba bien, y que ya nos veríamos en otra ocasión.

¿Para qué me saluda tantos años después? ¿Por qué lo hace cuando no sólo ha perdido la línea, sino que parece que la ha asustado?

Hay gente que se cree algo, lo que sea, y piensa que lo va a tener eternamente, y por eso saca su verdadera personalidad, cuando se creen superiores, mejores o más que los demás.

Y menudos zascas mete a veces la vida... Uf... hasta retumba y todo si andas cerca.




17.10.16

Ahá.

Recuerdo que una vez, en una cena, di con un pesao. Fue tan pesado que yo miraba suplicante a los que me rodeaban para que alguien me rescatara. El pesao seguía hablando, hablando y hablando de cosas tan infumables para mí que, agotada, me levanté y me fui de golpe, sin una disculpa siquiera, ni una excusa ni nada. Simplemente desaparecí.

Creo que nunca he sido tan explícita para demostrarle a alguien que no lo aguantaba. Bueno, sí: cuando le he dicho a alguien que me aburre siempre contando lo mismo.

Y es que a ver qué haces cuando la gente te cuenta cosas que te ha contado mil veces, o que te está molestando, o que simplemente te agobia. Ser sutil y cambiar de tema no siempre funciona, pero hay gente con la que ya no me apetece ser ni sutil ni diplomática, y a veces peco de borde. Y lo notan, pero siguen con su monólogo de sus problemas o de temas que no me importan, que me aburren y que repiten desde el principio de los tiempos.

¿Cuánto tiempo puedo estar aguantando ese monólogo? Depende del día, pero sé que suele ser poco. Ronda entre cinco segundos y cinco minutos, por lo que a veces me levanto y me voy. Las otras veces corto cambiando de tema. Pero es que cómo puedo ser más suave a la hora de cortar a esta gente.

Y pasa algo: que a esta gente yo no les cuento nada, porque como sólo importa lo que ellos cuentan y lo que les pasa a ellos, pues qué más les da lo que yo vaya a decir. Así que cuando escucho por millonésima vez lo mismo, sus dramas, sus proezas, mientras paso esos segundos decidiendo si cambio de tema o me piro, pienso en lo miserables que somos los demás mortales por no hacer las mismas heroicidades que hacen ellos, o que somos unos mindundis por no ser capaces de aguantar lo que aguantan ellos, que han tenido que luchar contra viento y marea, mientras los demás vivimos en el país de la piruleta.

No se conocen, pero son iguales, exactamente iguales. Yo no sé qué comen, pero es que hacen lo mismo: aburrirme.

Y a mí me aburre la gente que me aburre, por lo que prefiero perder mi tiempo en otras cosas tan poco productivas, pero me gusta elegir yo en qué malgastar mi tiempo.

Pero da igual. La próxima vez que los vea seguirán haciendo lo mismo.

Y por qué yo, me pregunto. Por qué. Argh.

11.10.16

Los hombres que no quieren a las mujeres

Son innumerables las parejas idílicas que  son objeto de admiración por parte de los demás. Tanto él como ella parecen perfectos, forman una unión tan sólida y tan firme que no parece que nada ni nadie pueda romperla. Ella es objeto de envidia sana por parte de las demás debido a que es agasajada por su churri con regalos, detalles, muestras de amor incondicional y público...

...hasta que el amor desaparece por parte de ellos. Por el motivo que sea.

Y hoy voy a hablar de esos hombres que no es que no quieren a estas mujeres, sino que creo que jamás las quisieron. Salvo para aparentar, utilizarlas o no estar solos.

Ya comenté hace unos posts el caso de un mierda (porque otro nombre no podría darle) que abandonó a su chica cuando es diagnosticada de cáncer, alegando que es que no sabía cómo iba a afrontar la enfermedad y necesitaba tiempo. Este ser despreciable e impresentable dejó de aparecer en la vida de la muchacha. Y mejor, porque demostró no tener sangre, ni corazón, ni empatía.

Luego están los que no sólo engañan o dejan, sino que encima que ellas tienen que aguantar insultos, calumnias y numeritos en público. Pero, ¿no fueron ellos los que dieron la relación por terminada?  ¿No fueron ellos los que las abandonaron? Pues no tienen bastante, porque parece que hay que machacar a la otra persona. Plan el perro del hortelano, no la quiero, pero nadie la va a querer tampoco, y ellos creen que se encargan de que así sea.

Pero ¿qué hacemos con los que no sólo demuestran que no las quieren, sino que no se van y se dedican a hacerles la vida imposible hasta machacarlas?

Tengo una vieja compañera de clase que me contaba resignada cómo su matrimonio se fue al garete de repente. Su marido, atento, amabilísimo y solícito, se convirtió en un ogro que no dudaba en desprestigiarla e insultarla públicamente, en poner a sus hijos en su contra, en romper la casa que tenían que compartir debido a la custodia de los niños, sino que, además, dejó de pagar la hipoteca para que fuera ella la que lo tuviera que hacer. Y ella, ante la imposibilidad de hacer frente a toda la hipoteca, veía cómo el banco buitreaba sobre su piso. Y me confirmó llorando que le iban a embargar la vivienda. Yo pregunté por qué no hablaba con el banco para una dación en pago, y ella contestó que él le había dicho que no firmaba, que quería que se jodiera, y que así iba a estar pillada de por vida. Me quedé helada. Y es que encima  se lo decía alguien que iba a estar también pillado de por vida, pero que prefería eso con tal de verla a ella metida en tal marrón. Y verla sufrir. Y no le importaban ni sus hijos. Hasta el banco intervino para que él cediera, pero ni por ésas.

Yo no sé cómo hay gente así, de verdad. Esta gente no quiere a nadie, no pueden ser más falsos antes y más malvados después.

Porque hay gente que parece que disfruta ensañándose con su ex-pareja. ¿No habías dicho que ya no la querías? Pues coño, déjala vivir tranquila.

 Vaya gentuza.

A mí tampoco me quieren, pero no me quieren de esa manera. Y casi puedo decir aliviada que menos mal.





10.10.16

Fuegos artificiales

Anoche estuve viendo de madrugada en el cauce del Río Turia, los fuegos artificiales con motivo de la celebración del día de la Comunidad Valenciana. Fueron todo un espectáculo de ruido y colores, sobre todo, colores, que iluminaron la noche entre el regocijo de los allí presentes.

Y entre todas esas personas estaba yo mirando al cielo como una niña pequeña, disfrutando de lo que estaba presenciando. Mientras todos sacaban sus móviles y sus cámaras para inmortalizarlo, yo seguí con las manos en los bolsillos, mirando hacia arriba con media sonrisa intentando disfrutar de cada petardo, de cada figura, de cada color... No quería perderme un segundo de lo que estaba viendo, no tenía por qué perder tiempo de mi vida en grabar unos momentos que me estaban resultando tan bonitos viéndolos in situ. Me recordó a cuando no hace mucho estuve en Cataluña y presencié el espectáculo de unos castellers. Todo el mundo grababa lo que hacían esos hombres, mujeres y niños, en vez de admirar el espectáculo en sí. Porque hay cosas que hay que disfrutarlas, verlas y recordarlas. Ya habrán otras cosas y otras ocasiones, o más ocasiones, para fotografiar o grabar el evento, pero en esos precisos momentos no vi la necesidad de hacerlo.

Mientras los fuegos artificiales mostraban los colores de la senyera, palmeras doradas y corazones y estrellas, me divertía viendo cómo el público gritaba un oooooh con cada cosa. Veía a la gente disfrutar, y yo me sentía a gusto contemplando el cielo y a mi alrededor.

Lo que me ha llamado la atención es que durante ese tiempo que duraron los fuegos artificiales me sentí bien, despreocupada.  Mi mente, que siempre está llena de cosas, de recuerdos, que no para ni descansa, ayer sufrió un descanso durante esos minutos. Y me sentí bien, disfruté, estuve en paz conmigo misma. Y me di cuenta de que estaba sonriendo mientras.

Hay momentos agradables que te encuentras sin esperarlos, que si los cuentas rompes la magia del momento, porque lo mismo la gente cuando te escucha no lo entiende, ni entiende qué tiene de especial. Pues yo tuve uno y quiero dejar constancia de él en el blog. No cuento todo lo que pasa, ni lo que me pasa, ni mis tristezas ni todo lo que me está ocurriendo, pero cuando releo lo que escribo me gusta encontrarme con momentos agradables que quise inmortalizar aquí, porque me sentí bien en ese momento. Y lo bueno de anoche es que me sentí bien y esos segundos de felicidad y diversión no dependían de terceras personas. Simplemente ocurrió.

Así que cuando veáis un castillo de fuegos artificiales, una falla quemándose, unos castellers, o un artista callejero, lo que sea que os llame la atención, sólo disfrutad del espectáculo y dejad vuestras preocupaciones de lado, que seguirán estando cuando terminen esos minutos. Pero si dejáis escapar esos minutos, no sabéis lo que os perdéis. Porque la belleza está en los ojos que miran.